Allí me colé

Y en la fiesta me planté. Disfraces para todos, y algo de comer.

El año pasado el Cocinero alemán y yo nos apuntamos por primera vez a la fiesta de disfraces del pueblo, uno de los acontecimientos sociales más divertidos de los que organizan por estos lares.

El tema elegido esta vez fue mitología griega, un tema que a mí personalmente me encanta y que me habría proporcionado bastantes ideas para disfrazarme pero… Para hacerlo un poco más divertido y dado que el Cocinero alemán tuvo que hacer honor a su profesión en la fiesta, me uní al mismo grupo del año pasado y acordamos disfrazarnos de Dioses de (introducir aquí el nombre del pueblo). Y así, combinamos el tema de la mitología con profesiones y asociaciones del pueblo: el alcalde, la panadera, el bombero, etc.

El grupo, al igual que el año pasado, fue aumentando de tamaño con el paso de los días hasta que finalmente llegamos a ver veintisiete diosas y dioses, cada uno con sus atributos particulares. Aunque, para mantener la unión del grupo y sobre todo de cara a reconocimientos externos, nos pusimos todos este mismo brazalete:

y entramos a la fiesta con una pancarta gigante con el nombre del grupo.

Al igual que el año pasado, había ciertos disfraces repetidos hasta la saciedad – jamás habría imaginado que Medusa es un personaje tan recurrente – y se veían infinidad de túnicas y vestidos blancos, y algún que otro torso masculino de mediana edad al aire.

El Cocinero alemán consideró, además, que con esa temática pegaría bastante bien un menú de dos o tres platos griegos, que por lo visto fueron bien recibidos por parte del público.

Y, como colofón, mi grupo volvió a quedar segundo en la clasificación, aunque de nuevo me perderé la comilona porque el día que la mayoría ha elegido para ingerir el premio, yo ya tengo otros planes.

En el fondo, lo de ganar o no a mí me da lo mismo porque sé que lo mejor de todo es disfrazarme un par de horas. Yo con eso ya soy feliz.

Viajes por carretera

Piensa en el viaje por carretera que más te ha marcado.

Cuando aún vivía en España, me desplazaba casi siempre en transporte público. Madrid está muy bien comunicado, así que sólo iba en coche cuando íbamos al cine, a algún centro comercial o alguna que otra vez de vacaciones.

Hoy, más que pensar en el único viaje por carretera que más me ha marcado, quiero destacar varios:

El viaje más largo.

En la Semana Santa del año 2014 encontré una maravillosa oferta y me fui en autobús hasta Barcelona para ver por primera vez en persona a una amiga a la que tan sólo conocía por carta. Recuerdo que me costó muy poco dinero, pero lo que yo no sabía es lo largo que sería aquel viaje; al menos el de ida lo recuerdo como eterno, casi ocho horas si mi memoria no me falla, aunque también es posible que los nervios añadieran más tiempo a aquel camino…

El otro de esos largos viajes es el que me llevó en el verano de 2016 hasta Berlín… en autobús. Acabo de repasar aquella entrada y ya se me había olvidado la historia de mi compañero de asiento… Tal vez sea culpa suya el que mi cerebro haya archivado aquel viaje en la categoría de «largos», porque en realidad todos los demás que hicimos los veranos anteriores duraron bastante más tiempo.

El viaje más estresante.

No recuerdo haber hablado de esto, pero en otro de esos viajes a Berlín estuvimos a punto de no llegar. Por entonces trabajábamos aún en Hintertux (2014 – 2015) y aquel año se decidió alquilar un mini bus con conductor que salía de Salzburgo con nuestra gente, pasaba por Burghausen a recoger a otro grupo, y desde ahí nos íbamos todos a uno de aquellos torneos de fútbol cerca de Berlín. El caso es que el Cocinero alemán y yo teníamos que llegar hasta no recuerdo dónde en coche… ya de entrada él tuvo que trabajar hasta más tarde de lo normal, por lo que salimos con retraso, y además era de noche e íbamos por una carretera que aún no conocíamos bien y que estaba llena de curvas… y según íbamos llegando al punto de encuentro se nos iba acabando la gasolina y no había ni una sola gasolinera abierta o con autoservicio… Al final recuerdo que llegamos aunque sin una gota de gasolina, así que desde entonces tengo un trauma con este tema y necesito llevar el depósito como mínimo medio lleno…

El viaje más esperado.

Uno de los viajes que más ilusión me hizo llevar a cabo fue hasta Neuschwanstein, ¡el castillo de los puzzles! La verdad es que las fotos que colgué por aquí de aquella visita no le hacen ninguna justicia a lo impresionante que es aquel lugar, pero es una excursión que en cualquier caso me encantó y que espero poder repetir en el futuro.

El otro de los viajes más esperados fue hasta La Coruña a visitar a una amiga de la universidad a la que llevaba algunos siglos sin ver. Aunque no tenga mucho que ver con el tema de este blog, ya os hablé de aquella aventura por aquí, y reconozco que fue uno de los viajes más divertidos que he hecho. En noviembre de 2023 podríamos haber creado la segunda parte de aquella excursión con la excusa de una boda, pero una avería gigante y carísima de nuestro coche nos impidió destinar efectivos en cualquier otra dirección. Esa segunda parte tendrá que esperar también un poco.

El viaje más divertido.

Y por terminar esta lista casi como la empezaba, uno de los viajes más divertidos que recuerdo es el primero de los que realicé a Berlín, en 2013. Mi primera vez con aquella panda de locos, en un autobús para nueve personas lleno de trastos y haciendo paradas casi cada tres cuartos de hora porque uno de ellos no tiene o bien capacidad ninguna en la vejiga o bien demasiado espacio para cervezas. Después de tantos años sigo sin saber muy bien cuál de las dos opciones es la válida.


Si alguien lo ha pensado, la respuesta es sí: todo son viajes anteriores al nacimiento de Monete. Lo cual no significa que no haya hecho ninguno después, ni tampoco que no hayan sido divertidos y especiales. Han sido diferentes. Pero como decía más arriba, hay unos cuantos que me gustaría repetir, ampliar o incluso iniciar, y para ello me gustaría esperar a que ciertas cosas sean más sencillas o, simplemente, a que esta criatura muestre cierto interés por según qué cosas y pueda aguantar un cierto ritmo. Cuando lleguen esos viajes, ya los relataré como se merecen.

Me gustaría visitar…

Nombra un lugar famoso o una ciudad que esté cerca de tu casa y que todavía no hayas visitado.

Si por «cerca de tu casa» se puede entender también un lugar que esté a cinco horas en coche, entonces elijo Venecia. Aunque también confieso tener sentimientos encontrados respecto a esa ciudad: por un lado, me gustaría ser una más de los millones de turistas que la visitan al año, pero por el otro no quiero contribuir a la sobresaturación turística del lugar. Por un lado, me gustaría ver en persona todos los lugares que tantas veces repasábamos en historia del arte o de los que leía y leo en novelas; pero por el otro, tal vez sirva con contemplar dichas fotos en libros o por internet, ya que muchas veces parece que hacemos turismo solamente para tomar fotografías y enseñarle al mundo que nosotros también estuvimos allí, en lugar de disfrutar realmente de la experiencia.

En cualquiera de los casos, para esta clase de viajes me gustaría esperar a que Monete crezca aún un poquito más y las vacaciones sean más que un: mamá me lleva de un lado a otro y ya me he cansado, quiero irme a casa. Y para entonces, mi dilema, tal vez, se habrá inclinado hacia un lado. O no.

¿Juegas?

¿Juegas a algo en tu día a día?

Dicen que los hijos te cambian la vida, y es verdad. A mí siempre me ha gustado mucho jugar a juegos de mesa y me encanta hacer puzzles, pero desde que tenemos a Monete y ha superado cierta edad, juego mucho más que antes. A veces, a juegos que yo ya tenía o quería tener cuando era pequeña, como el Tragabolas, el juego del pirata con las espadas y el barril (versión Olaf) o el de Operación (versión Trolls).

Otras veces, jugamos a juegos nuevos, o al menos desconocidos para mí. Recientemente hemos descubierto uno llamado Mini Lük:

… que incluye un cajetín con números (en la foto se ve el reverso, cada uno con un color) y un libro, y el juego consiste en relacionar las imágenes de una página del libro con las de la página que está justo al lado precisamente a través de los números del cajetín, siendo posible controlar uno mismo si la solución es la correcta comparando el dibujo que se forma al reverso de los números con el dibujo que aparece en la página en la que se ha estado jugando. A lo mejor lo explico de forma un poco complicada, pero me parece muy interesante y, además, he descubierto que parece ser un juego típico de Austria; aquí lo conoce todo el mundo, pero mis suegros, cuñados y demás conocidos de origen alemán nunca habían oído hablar de él.

A través de recomendaciones y regalos, también hemos descubierto otros juegos educativos que al mismo tiempo son bastante divertidos.

Y, así, mientras jugamos, aprendemos las formas y los colores, la hora o las reglas de tráfico. Éste último ha resultado ser el preferido de Monete estas navidades. Aunque yo sigo esperando hasta mañana, a lo mejor los Reyes Magos nos traen algún que otro juego, para tener más variedad.

Monete juega mucho con Barbies, Playmobil y Lego, y yo a veces, cuando de verdad necesito distraerme, juego a un juego en el móvil al que llamamos «el de las vacas»; que cada cual imagine de qué trata.

Y muchas otras veces, soy yo la que propone o digamos casi medio obliga al resto a jugar a algo que no tenga que ver con muñecos. Que no es que sea malo, pero un poco de variedad no viene mal.

Así que sí, en nuestro día a día jugamos y mucho. ¿Y vosotros?

Vacaciones con niños en el Europa Park

Si hay alguien que aún no tiene claro a qué dedicar sus próximas vacaciones, permítame ofrecerle mi más sincera y subjetiva opinión sobre el Europa Park.

Justo al lado de la frontera entre Alemania y Francia y no muy lejos de Estrasburgo en dirección sur hay un lugar llamado Rust, en el cual se encuentra el Europa Park (parque Europa), un parque temático ambientado en diversos países y el cual merece mucho la pena visitar, especialmente si se va con niños.

El verano pasado dedicamos unos días de finales de agosto a visitar este parque con una familia de amigos y lo cierto es que merece mucho la pena. Para aprovechar que el viaje en coche desde Salzburgo es bastante largo, decidimos pasar allí tres noches en un hotel que forma parte del parque, al cual sumamos tres entradas diarias al parque en sí, aunque sin incluir el acceso a Rulantica, que es como denominan a la parte acuática. Y la verdad es que fue una lástima, porque el hotel donde nos alojamos disponía de su propia entrada a este apartado, pero aprovechamos que nos hizo buen tiempo y nos centramos en el parque principal.

Como se ve en el plano de abajo, las zonas temáticas del parque están divididas por países:

He de añadir que en el verano de 2022, cuando fuimos nosotros, había una obra al lado de Grecia, ya que, por lo visto, están construyendo Croacia al lado. O a lo mejor ya han terminado. Este parque tiene ese punto a su favor: que por lo visto está en constante actualización y ampliación, de manera que, si se visita después de varios años, siempre se encuentra algo nuevo.

Y lo que a mí me resultó más gracioso es no sólo esa división por países con su correspondiente decoración, sino que en los bares, restaurantes y puestos de comida de cada zona se puede comer más o menos comida típica de esos lugares.

Si no se quiere llevar todo el tiempo el plano del parque en la mano, existe una aplicación para el móvil que incluye información sobre las atracciones, cuánto tiempo de espera hay actualmente antes de entrar a cualquiera de ellas, e incluso existe la posibilidad de recibir notificaciones sobre cuándo comienza el próximo espectáculo al que queramos asistir:

No voy a entretenerme en hablar de montañas rusas y atracciones alucinantes, ya que íbamos con tres niños de entre cuatro y doce años y, por lo tanto, probamos muchas cosas infantiles y no tanto otras atracciones más salvajes, que eran, además, donde había colas más largas. Sí puedo decir, no obstante, que hay de todo y para todos los gustos, y no me refiero sólo a atracciones sino también a los muchos espectáculos que se ofrecen a lo largo de todo el parque y en varios momentos del día.

El parque se puede visitar entre las 9:00 de la mañana y las 18:00 horas. Personalmente creo que con una entrada de sólo un día se puede ver bastante, pero si se quiere ir con calma y repetir en las atracciones, una entrada para dos o tres días es la mejor opción. Con respecto al acceso, sólo puedo decir que se puede llegar bien en coche (está muy bien señalizado) y disponen de un aparcamiento para autocaravanas; si existen buenas conexiones o no en transporte público, no tuvimos la opción ni la necesidad de comprobarlo.

Una cosa muy buena que le veo a este parque es que dispone de dos «líneas» de tren por dentro del mismo, una de ellas transcurre a nivel del suelo y la otra va por encima de muchas atracciones, y cada una de ellas circula en un sentido diferente. Así, si uno se encuentra en una región y no quiere ir andando hasta otro país, o éste se encuentra alejado, o los niños están cansados, se monta en el tren y listo. No hay que pagar aparte, está organizado como si fueran atracciones. Y las paradas tienen una decoración temática muy chula:

Con respecto al alojamiento, me gustaría añadir que nosotros optamos por un hotel del parque porque la decisión de pasar allí unos días fue relativamente espontánea y tardía, y para cuando quisimos hacer la reserva, todos los apartamentos y hostales de los alrededores estaban ya llenos. Y también los hoteles más cercanos al parque; a nosotros nos tocó el Kronasar, que es el que está más alejado:

A pesar de ello, la comunicación entre el parque y sus hoteles está muy bien organizada: disponen de unos autobuses que pasan con bastante frecuencia y conectan todos estos puntos. Con respecto al precio, un hostal o apartamento habría sido bastante más económico, seamos sinceros, pero oye… Para una vez que vamos… Es un esfuerzo que se puede hacer.

En nuestra reserva sólo estaba incluido el alojamiento y el desayuno. Para cenar probamos un par de locales en Rust (una pizzería y un sitio de hamburguesas) y un día cenamos en nuestro hotel. Dentro del mismo había dos restaurantes diferentes y decidimos probar el que tenía el buffet libre. No estuvo mal, aunque cuando yo voy a un sitio de estos pago básicamente por sentarme, ya que ceno muy poco y nunca compensa. El Cocinero alemán se molestó bastante al comprobar que todas las noches se repetían los mismos platos en el buffet y, cuando lo comentó en la recepción le dijeron (atención para quienes duerman en un hotel) que los huéspedes de los hoteles pueden cenar en cualquier restaurante de cualquiera de los hoteles del parque. Pagando, evidentemente, pero está bien saber que se puede ir hasta otro hotel a cenar. Para la próxima ya lo sé, porque me habría gustado ir a uno de los que están ambientados en España a ver qué ofrecen desde la cocina.

Con respecto a las comidas, en cada país del parque tienen comida más o menos temática: pizzas en Italia, crepes en Francia, pescado en Escandinavia… Hay para todos los gustos y también para todos los bolsillos, aunque en líneas generales se paga más que yendo a comer a un restaurante cualquiera al lado de casa.

En cualquiera de los casos, y como decía más arriba, es una inversión que merece la pena hacer; tanto niños como adultos disfrutan por igual y, en nuestro caso, no son unas vacaciones que vayamos a repetir todos los veranos, aunque seguramente volveremos alguna vez.

Por último, añado unas cuantas fotos aleatorias de varias zonas del parque; a lo mejor alguno se anima a hacer una visita cuando las vea:

Como siempre digo, yo sólo puedo hablar de aquello que he visto cuando yo lo he visitado; para más información o para consultar detalles actualizados sobre precios, horarios, etc., lo mejor es visitar la web oficial del parque o contactar directamente con ellos, disponen de un servicio de información muy atento.

Salvo la imagen con el plano del parque, todas las demás fotos incluidas en esta entrada son propias.

Baile de disfraces

Soy de la opinión de que cualquier excusa es buena para disfrazarse y/o hacer el tonto un rato. O un par de horas. Y lo peor es que dicha opinión va en aumento según pasan los años.

El fin de semana pasado me dieron la oportunidad perfecta para poner en práctica esta cuestión, ya que el equipo de fútbol local organizó un baile de disfraces. Y, como un evento de este tipo parece ser uno de los platos fuertes de la vida social del pueblo, allá que nos fuimos el Cocinero alemán y yo con nocturnidad y alegría.

El tema de este año era Hollywood en su más amplio sentido. De alguna manera, acabamos entrando a formar parte de un grupo que creció rápidamente con el paso de los días y que finalmente incluyó a 27 personas. Decidimos por votación que nos disfrazaríamos de paseo de la fama de Hollywood. Hubo otro grupo más pequeño que nos copió la idea y cuyos miembros se vistieron literalmente de estrellas rosadas; nosotros nos concentramos en personas y personajes y, a pesar de no habernos puesto de acuerdo de antemano, no hubo dos parejas iguales.

Allí nos juntamos un Gandalf, una Maléfica, varios personajes de Walt Disney, una Marilyn y hasta nos acompañó la Whoopie Goldberg monja más masculina y graciosa que he visto nunca. Yo me planteé varias opciones y me habría gustado disfrazarme de Óscar (el premio) embutida en un traje amarillo bastante llamativo, pero optamos por la idea inicial del Cocinero alemán de vestirnos de Familia Addams. No nos quedó nada mal, por cierto.

Y allá que nos fuimos los 27, entrada triunfal con nuestra pancarta y acompañamiento musical incluido. Nos recibió un alcalde próximo a la jubilación con una peluca muy graciosa, un Rambo equipado con una pistola de agua gigante de sus hijos pequeños, unos cincuenta Denny Suco y varios millones de piratas.

Tal fue nuestra originalidad que acabamos recibiendo el segundo premio al mejor grupo (por detrás de unos piratas que habían reconvertido una bañera con ruedas en barco) y hasta salimos en los periódicos locales. Con qué poco se conforma una.

El final de la fiesta (para mí) lo anunció el momento en que una amiga y yo dejamos de observar a los presentes y de bailar y pasamos a preocuparnos por quien iba a limpiar todo ese destrozo al día siguiente. Nos hacemos mayores. O se nota que tenemos hijos y más cosas que limpiar.

En resumen, para haber sido mi primera fiesta social desde que vivimos aquí, estuvo más que bien, pude conocer a más gente del pueblo y observar a otros en su estado natural, y ya tengo hasta ganas de repetir el año próximo. La próxima cita, de momento, es la fiesta de disfraces para niños del próximo fin de semana. A ver quién es el valiente que recoge después todo eso.

Monete y la música

Ya desde que Monete empezó a ir al Krabbelgruppe (la guardería para menores de 3 años) mostró un gran interés por la música. «¡Pues como todos los niños!» me decía todo el mundo. Vale, pero en nuestro caso evolucionó un poco más. Tanto le gustaba ver a sus profes tocando canciones con la guitarra, que le organizamos una propia, de color verde, que aún sobrevive de forma íntegra después de casi 3 años. Cuando llega a casa, coloca a sus Playmobil, Barbies o lo que pille en círculo, se sienta con ellos, y les canta algo con la guitarra.

Casi cada tarde encendemos la radio y escuchamos lo que sea. Y canta. Y baila. Aclararé esto de radio porque para mí es importante: precisamente por la misma época en que nos llegó la guitarra, compré un (no sé cuál es su nombre real) altavoz que se conecta con el móvil por Bluetooth, para poder escuchar lo que queramos sin tener que estar mirando continuamente a una pantalla. En esta casa funciona muy bien; Monete (o quien sea) elige la música que quiere, yo la pongo, y a disfrutar.

Sin embargo, en nuestro entorno ven esto como un atraso, ya que existe una cosa cuyo nombre sí conozco pero de la que no voy a hacer publicidad, que no deja de ser un cubo con un altavoz encima del cual se coloca la figurita deseada, y ésta canta o cuenta un cuento, o reproduce la música que nosotros hayamos guardado dentro previamente. Y ello sirve, según los padres que intentan convencerme de que es el invento del siglo, para que los niños puedan escuchar lo que quieran cuando ellos quieran. Me parece estupendo. Yo no lo voy a comprar. Y no quiero que nos lo regalen. Porque el cubo en cuestión cuesta unos 80€ y cada una de las figuritas hay que organizarlas aparte, y a mí eso sí que me parece un gasto innecesario. Sin contar con que yo no quiero que Monete tenga de todo, sino que sepa apreciar aquello que tiene y que no se agobie con millones de cosas. Por eso digo que, para nosotros, un altavoz con Bluetooth y la posibilidad de hablar y decidir entre todos qué se escucha, es más que suficiente.

Pero volvamos al tema de la música. Dado que yo no estoy musicalmente dotada, llegó un momento en que no podía ofrecerle más a Monete que su guitarra y una serie de instrumentos musicales para que pruebe por su cuenta de vez en cuando. Por eso consideré la opción de apuntarle a una escuela de música. Estamos en Salzburgo, la ciudad de la música, algo habrá, ¿no?

Pues sí. Existe una institución llamada Musikum cuya página web deja un poco que desear, pero que por otra parte funciona bien; a mí siempre me han atendido muy atentamente tanto por teléfono como por correo electrónico.

El caso es que el curso pasado, después de intercambiar varios correos, nos invitaron a una clase de prueba para niños de hasta 4 años, en la que tanto los peques como un progenitor, cantan y bailan todos juntos. A Monete le gustó mucho, y tras ese día nos indicaron que podíamos sumarnos a esa clase, a pesar de estar el curso ya empezado – y casi acabando. Eso a mí ya no me gustó tanto, ya que, por mucho que le pueda gustar, la música es (de momento) algo extra(escolar) y no quería que perdiera una mañana entera de guardería por una hora de actividades musicales, a pesar de que en la guardería no me pusieron ningún problema.

Ya que habíamos probado, pregunté por algo más: el grupo que sigue al de los peques con mamás, que es uno para niños de entre 4 y 6 años y que les permite a ellos solos introducirse en el mundo de la música, aprender a seguir ritmos, probar instrumentos diferentes y bailar. Mi gozo en un pozo: en la sede que tenemos más cerca de casa sólo ofrecen ese grupo por las mañanas. Justo lo que yo no quería. Así que nos fuimos un poco más lejos: directamente a Salzburgo.

Allí llevamos ya desde finales de septiembre y no podríamos estar más felices. Al principio yo también formaba parte de las clases, hasta que Monete se acostumbró a que yo esperase al otro lado de la puerta, y ahora funciona sin ningún problema. Monete se alegra cuando llega el día de la semana en que vamos a la escuela de música, prueba instrumentos diferentes, la profe les deja pintar dibujos un poco antes de acabar la clase… Y así es como comenzamos con nuestra primera actividad extraescolar.

Próximamente van a organizar una tarde en la que juntan a varios grupos y otros niños mayores o profesores presentan instrumentos que ellos no pueden aún utilizar, al ser pequeños para ello. Y tengo que decir que tengo muchas ganas de que llegue ese día, porque hace poco nos encontramos a una mujer tocando el violín en la calle y la cara de alegría y de emoción que puso Monete al verla hacía mucho que no se la veía.

¿Será guitarra? ¿Será violín? ¿Se cansará de la música y tendremos que interrumpir las visitas a la escuela? No lo sé. Lo importante para mí es que pueda hacer algo que le interese durante el tiempo que quiera y, sobre todo, sin sentirse obligado a ello. Y, en definitiva, que disfrute de la música.

Nieeeve, curvas imposibles…

Para celebrar el inicio de año y el hecho de que, estando confinados, no nos dejan hacer gran cosa, aprovechamos el fin de semana pasado para practicar deportes de invierno al aire libre.

Nos fuimos en coche a un sitio llamado Faistenau en el que hay algo llamado Snowtubing, que viene a consistir en sentarse en el centro de un donut gigante relleno de aire y tirarse por la nieve. Algo que parece divertido pero que para niños de 3 años no siempre es una buena opción. Por eso nos llevamos el trineo de mis suegros, que no sé si procede de la infancia del Cocinero alemán o de generaciones previas, y nos colocamos al lado de la pista de los donuts para probarlo por primera vez con Monete.

El primer intento fue, como siempre, un desastre. Yo también me senté en el susodicho pero, como nunca jamás en la vida había hecho algo así, creo que estaba yo más preocupada que la criatura y, al tirarnos por la pista, pasé más tiempo frenando con los pies que otra cosa.

Después de este mal comienzo, nos colocamos algo más lejos de la pista principal, en una zona con menos pendiente, y dejamos que Monete se sentara sin mí en el trineo mientras el Cocinero alemán iba tirando mediante una cuerda. Eso le gustó muchísimo más. Pero aún más divertido fue tirarse del trineo al suelo y gatear por la nieve, hacer muñecos de nieve que no tenían nada de parecido con un muñeco y arrastrarse en general por encima del elemento blanco.

Fue un acierto pleno.

Así que, si alguien quiere y puede probarlo, en este enlace podéis encontrar información sobre este sitio. Actualmente está abierto de 10:00 de la mañana a 17:00 de la tarde y no nos cobraron ningún tipo de entrada, ya que estaba al aire libre y no hicimos uso de los donuts (para tirarse por ellos sí hay distintas tarifas, en función del tiempo que se quiera utilizar, edades, si se va en grupo, etc). Asimismo, disponen de una pequeña cabaña en la que se pueden adquirir bebidas y algo de comer, aunque por culpa de la pandemia no pueden colocar bancos y mesas para sentarse; y al lado hay aseos (no acondicionados para minusválidos ni para poder cambiar a bebés).