Allí me colé

Y en la fiesta me planté. Disfraces para todos, y algo de comer.

El año pasado el Cocinero alemán y yo nos apuntamos por primera vez a la fiesta de disfraces del pueblo, uno de los acontecimientos sociales más divertidos de los que organizan por estos lares.

El tema elegido esta vez fue mitología griega, un tema que a mí personalmente me encanta y que me habría proporcionado bastantes ideas para disfrazarme pero… Para hacerlo un poco más divertido y dado que el Cocinero alemán tuvo que hacer honor a su profesión en la fiesta, me uní al mismo grupo del año pasado y acordamos disfrazarnos de Dioses de (introducir aquí el nombre del pueblo). Y así, combinamos el tema de la mitología con profesiones y asociaciones del pueblo: el alcalde, la panadera, el bombero, etc.

El grupo, al igual que el año pasado, fue aumentando de tamaño con el paso de los días hasta que finalmente llegamos a ver veintisiete diosas y dioses, cada uno con sus atributos particulares. Aunque, para mantener la unión del grupo y sobre todo de cara a reconocimientos externos, nos pusimos todos este mismo brazalete:

y entramos a la fiesta con una pancarta gigante con el nombre del grupo.

Al igual que el año pasado, había ciertos disfraces repetidos hasta la saciedad – jamás habría imaginado que Medusa es un personaje tan recurrente – y se veían infinidad de túnicas y vestidos blancos, y algún que otro torso masculino de mediana edad al aire.

El Cocinero alemán consideró, además, que con esa temática pegaría bastante bien un menú de dos o tres platos griegos, que por lo visto fueron bien recibidos por parte del público.

Y, como colofón, mi grupo volvió a quedar segundo en la clasificación, aunque de nuevo me perderé la comilona porque el día que la mayoría ha elegido para ingerir el premio, yo ya tengo otros planes.

En el fondo, lo de ganar o no a mí me da lo mismo porque sé que lo mejor de todo es disfrazarme un par de horas. Yo con eso ya soy feliz.

Viajes por carretera

Piensa en el viaje por carretera que más te ha marcado.

Cuando aún vivía en España, me desplazaba casi siempre en transporte público. Madrid está muy bien comunicado, así que sólo iba en coche cuando íbamos al cine, a algún centro comercial o alguna que otra vez de vacaciones.

Hoy, más que pensar en el único viaje por carretera que más me ha marcado, quiero destacar varios:

El viaje más largo.

En la Semana Santa del año 2014 encontré una maravillosa oferta y me fui en autobús hasta Barcelona para ver por primera vez en persona a una amiga a la que tan sólo conocía por carta. Recuerdo que me costó muy poco dinero, pero lo que yo no sabía es lo largo que sería aquel viaje; al menos el de ida lo recuerdo como eterno, casi ocho horas si mi memoria no me falla, aunque también es posible que los nervios añadieran más tiempo a aquel camino…

El otro de esos largos viajes es el que me llevó en el verano de 2016 hasta Berlín… en autobús. Acabo de repasar aquella entrada y ya se me había olvidado la historia de mi compañero de asiento… Tal vez sea culpa suya el que mi cerebro haya archivado aquel viaje en la categoría de «largos», porque en realidad todos los demás que hicimos los veranos anteriores duraron bastante más tiempo.

El viaje más estresante.

No recuerdo haber hablado de esto, pero en otro de esos viajes a Berlín estuvimos a punto de no llegar. Por entonces trabajábamos aún en Hintertux (2014 – 2015) y aquel año se decidió alquilar un mini bus con conductor que salía de Salzburgo con nuestra gente, pasaba por Burghausen a recoger a otro grupo, y desde ahí nos íbamos todos a uno de aquellos torneos de fútbol cerca de Berlín. El caso es que el Cocinero alemán y yo teníamos que llegar hasta no recuerdo dónde en coche… ya de entrada él tuvo que trabajar hasta más tarde de lo normal, por lo que salimos con retraso, y además era de noche e íbamos por una carretera que aún no conocíamos bien y que estaba llena de curvas… y según íbamos llegando al punto de encuentro se nos iba acabando la gasolina y no había ni una sola gasolinera abierta o con autoservicio… Al final recuerdo que llegamos aunque sin una gota de gasolina, así que desde entonces tengo un trauma con este tema y necesito llevar el depósito como mínimo medio lleno…

El viaje más esperado.

Uno de los viajes que más ilusión me hizo llevar a cabo fue hasta Neuschwanstein, ¡el castillo de los puzzles! La verdad es que las fotos que colgué por aquí de aquella visita no le hacen ninguna justicia a lo impresionante que es aquel lugar, pero es una excursión que en cualquier caso me encantó y que espero poder repetir en el futuro.

El otro de los viajes más esperados fue hasta La Coruña a visitar a una amiga de la universidad a la que llevaba algunos siglos sin ver. Aunque no tenga mucho que ver con el tema de este blog, ya os hablé de aquella aventura por aquí, y reconozco que fue uno de los viajes más divertidos que he hecho. En noviembre de 2023 podríamos haber creado la segunda parte de aquella excursión con la excusa de una boda, pero una avería gigante y carísima de nuestro coche nos impidió destinar efectivos en cualquier otra dirección. Esa segunda parte tendrá que esperar también un poco.

El viaje más divertido.

Y por terminar esta lista casi como la empezaba, uno de los viajes más divertidos que recuerdo es el primero de los que realicé a Berlín, en 2013. Mi primera vez con aquella panda de locos, en un autobús para nueve personas lleno de trastos y haciendo paradas casi cada tres cuartos de hora porque uno de ellos no tiene o bien capacidad ninguna en la vejiga o bien demasiado espacio para cervezas. Después de tantos años sigo sin saber muy bien cuál de las dos opciones es la válida.


Si alguien lo ha pensado, la respuesta es sí: todo son viajes anteriores al nacimiento de Monete. Lo cual no significa que no haya hecho ninguno después, ni tampoco que no hayan sido divertidos y especiales. Han sido diferentes. Pero como decía más arriba, hay unos cuantos que me gustaría repetir, ampliar o incluso iniciar, y para ello me gustaría esperar a que ciertas cosas sean más sencillas o, simplemente, a que esta criatura muestre cierto interés por según qué cosas y pueda aguantar un cierto ritmo. Cuando lleguen esos viajes, ya los relataré como se merecen.

Prepara la mochila para el cole

… y mientras esperamos, vamos adelantando un poco una parte del proceso, y nos vamos a comprar la mochila del cole.

Por alguna razón que no alcanzo a comprender, el hecho de comprar la primera mochila escolar parece ser un momento especial y realmente importante cuando se va a empezar con esta nueva etapa. A través de otras mamás, descubrí que hay una tienda especializada en este artículo tan sólo dos pueblos más allá, así que allí nos fuimos.

La recomendación que me hicieron ya antes fue pedir una cita. ¡Una cita! ¡Para comprar una mochila! Nos arriesgamos y fuimos de forma espontánea, a lo loco. Y al llegar nos encontramos solos en el lugar y con tres vendedores para nosotros.

Una de ellas le propuso a Monete escoger cuatro o cinco mochilas diferentes de las muchísimas que había desplegadas por las largas paredes de la tienda y, mientras el Cocinero alemán y yo nos acomodábamos en un sofá, se las fue probando una a una y dando paseos a lo largo y ancho de la tienda. Ésta es enorme. Esa otra no se le pega bien a la espalda. Aquélla tiene los tirantes demasiado anchos. Tiene su aquél esa profesión.

El caso es que al final elegimos una de tan sólo casi un kilo, con un cierre súper chulo de no sé qué, bolsillo exterior para conservar frescos los alimentos, decoraciones intercambiables previo pago y tirantes adaptables, y todo por el módico precio de trescientos euretes. Ahí está la ganadora:

Y cuando yo pensaba que nos habíamos gastado una pasta ¡en una mochila! me cuenta una amiga un par de días después que la mejor amiga de Monete ha elegido una con un LED en el bolsillo de abajo y le ha costado evidentemente todavía más…

Quiero ver la parte positiva en el hecho de que la mochila crece y se estira a la par que el niño, que dentro ya había dos estuches, uno lleno de pinturas, y que tiene cuatro años de garantía, que es el tiempo que la va a necesitar mientras curse primaria.

Además, le «regalaron» un cono de este estilo:

que se entrega a la criatura el primer día de clase y que se rellena con gominolas, una goma de borrar, lápices y cosas útiles para comenzar el colegio. Pero eso ya os lo contaré cuando lleguemos.

De momento, nos quedamos con la mochila colorida y una foto de Monete sentada en un trono con ella y con su cono (Schultüte se llama), de la cual tenemos nosotros dos copias, mientras que una tercera está colgada en el escaparate de la tienda junto a la amiga con su mochila de LED.

Baile de disfraces

Soy de la opinión de que cualquier excusa es buena para disfrazarse y/o hacer el tonto un rato. O un par de horas. Y lo peor es que dicha opinión va en aumento según pasan los años.

El fin de semana pasado me dieron la oportunidad perfecta para poner en práctica esta cuestión, ya que el equipo de fútbol local organizó un baile de disfraces. Y, como un evento de este tipo parece ser uno de los platos fuertes de la vida social del pueblo, allá que nos fuimos el Cocinero alemán y yo con nocturnidad y alegría.

El tema de este año era Hollywood en su más amplio sentido. De alguna manera, acabamos entrando a formar parte de un grupo que creció rápidamente con el paso de los días y que finalmente incluyó a 27 personas. Decidimos por votación que nos disfrazaríamos de paseo de la fama de Hollywood. Hubo otro grupo más pequeño que nos copió la idea y cuyos miembros se vistieron literalmente de estrellas rosadas; nosotros nos concentramos en personas y personajes y, a pesar de no habernos puesto de acuerdo de antemano, no hubo dos parejas iguales.

Allí nos juntamos un Gandalf, una Maléfica, varios personajes de Walt Disney, una Marilyn y hasta nos acompañó la Whoopie Goldberg monja más masculina y graciosa que he visto nunca. Yo me planteé varias opciones y me habría gustado disfrazarme de Óscar (el premio) embutida en un traje amarillo bastante llamativo, pero optamos por la idea inicial del Cocinero alemán de vestirnos de Familia Addams. No nos quedó nada mal, por cierto.

Y allá que nos fuimos los 27, entrada triunfal con nuestra pancarta y acompañamiento musical incluido. Nos recibió un alcalde próximo a la jubilación con una peluca muy graciosa, un Rambo equipado con una pistola de agua gigante de sus hijos pequeños, unos cincuenta Denny Suco y varios millones de piratas.

Tal fue nuestra originalidad que acabamos recibiendo el segundo premio al mejor grupo (por detrás de unos piratas que habían reconvertido una bañera con ruedas en barco) y hasta salimos en los periódicos locales. Con qué poco se conforma una.

El final de la fiesta (para mí) lo anunció el momento en que una amiga y yo dejamos de observar a los presentes y de bailar y pasamos a preocuparnos por quien iba a limpiar todo ese destrozo al día siguiente. Nos hacemos mayores. O se nota que tenemos hijos y más cosas que limpiar.

En resumen, para haber sido mi primera fiesta social desde que vivimos aquí, estuvo más que bien, pude conocer a más gente del pueblo y observar a otros en su estado natural, y ya tengo hasta ganas de repetir el año próximo. La próxima cita, de momento, es la fiesta de disfraces para niños del próximo fin de semana. A ver quién es el valiente que recoge después todo eso.

Dienteaventuras

Con el tiempo se ha visto que el coronavirus ha venido acompañado de unas cuantas cosas; la mayoría de ellas nuevas, algunas malas, otras no tanto, y también las hay de las que deberíamos haber aprendido algo. Lo que a mí me trajo la pandemia y el primer confinamiento fue un diente casi partido al caerse una taza del armario y una muela del juicio. No sé cuál de los dos regalos me gusta menos.

Ahora, después de dos años, mi nueva muela ha decidido que quiere salir y ver mundo, cueste lo que cueste. Y a mí me estaba costando unos dolores de cabeza horribles, así que esta semana por fin me he decidido y la he dejado en libertad.

Para ello, tuve que buscar en primer lugar un dentista, ya que aún a estas alturas yo sigo volviendo al mío en España siempre que estoy de visita. Sin embargo, esta vez no podía esperar tanto y acudí a la doctora a la que va el Cocinero alemán. En cuestión de media hora ya había entrado, me habían hecho una radiografía, me habían preguntado si quería que me sacaran la muela ese mismo día y ésta ya estaba fuera. Así, sin más. Bueno, a cambio de 200€, ya que era un dentista privado.

Lo bueno que tiene este país es que, en estos casos, se puede enviar por correo la factura del doctor, a la que se le añade nuestro número de cuenta, y en un tiempo razonable se recibe una parte de ese dinero de vuelta. Y quien dice por correo dice también a través de una aplicación de la seguridad social que sirve, entre otras cosas, para eso, y la cual sólo puedo recomendar encarecidamente.

Así que, en resumen, mi muela se salió con la suya y yo me quité un peso de encima. Todo ventajas.

¡Feliz feliz aniversario!

Justo hoy hace dos años que me casé. ¡Ah! ¡Espera! Que nunca llegué a escribir sobre aquello… Pues habrá que retroceder un poco en el tiempo…

Allá por el año 2019, en una acción bastante poco impresionante y carente por completo de romanticismo, pero no por ello falta de sorpresa, el Cocinero alemán me preguntó si quería casarme con él. Mi respuesta fue: «pero no quiero una boda grande».

Pasaron los meses y comenzamos a organizar cosas. Yo me apunté a esa web donde te recuerda cada día cuánto queda para la gran fecha, cuándo hay que reservar cada cosa, etc., y nos dedicamos a escribir una lista de invitados que no paraba de crecer y crecer.

En el camino de esa aventura nos topamos con la burocracia, esa vieja conocida mía. Nuestra idea original era casarnos por lo grande en septiembre de 2020, y la boda civil queríamos hacerla antes de esa fecha, nos daba igual que fuera un día o un mes antes… Simplemente, cuando estuviera el papeleo preparado. Ahora bien, en ningún caso con una diferencia mayor de seis meses entre ambas fechas, porque, si no, la documentación pierde su validez. Así que en enero nos pusimos a ello.

La funcionaria de nuestro ayuntamiento nos ayudó en todo el proceso. Lo que a nosotros nos pidió fue lo siguiente:

  • Documento de identidad. Ella nos hizo las copias correspondientes, pero a lo mejor hay quienes no tienen tiempo o ganas, por lo que siempre es aconsejable llevarlas, por si acaso.
  • Meldezettel de ambos, para comprobar nuestro lugar de residencia.
  • Certificado de nacimiento, que en mi caso tuve que mandar traducir (con traducción jurada) por aquello del idioma, aparte de presentar también el original, a pesar de que ella no entendía nada.
  • La llamada Ehefähigkeitsurkunde, o, como se llama en España, certificado de capacidad matrimonial, que sirve para demostrar que se está soltero y por lo tanto se puede uno casar.

Este último punto fue en un caso fácil y en el otro más complicado. A la hora de obtener la documentación del Cocinero alemán, la funcionaria se encargó personalmente de ello, dado que entre las administraciones de estos dos países existen acuerdos para ello. En el caso español, nos costó un poco más…

Primero tuve que informarme a través de la Embajada de España en Viena sobre cuáles eran los pasos a seguir. El primero de todos ellos fue tramitar la solicitud del certificado de capacidad matrimonial, para lo cual es necesario rellenar un formulario que se puede descargar en este enlace, y al cual hay que acompañar de una serie de documentación, básicamente la misma que me pidieron en mi ayuntamiento. Todo ello se remite por correo electrónico y, si no falta ningún documento, se tardan aproximadamente ocho semanas hasta que se puede dar el siguiente paso.

En nuestro caso, ese trámite se alargó algo más de la cuenta, ya que en esa fecha comenzó el confinamiento debido al coronavirus, y como el mundo entero se paró, así también lo hizo nuestra solicitud.

En el mes de mayo recibimos por fin confirmación de que todo estaba en orden y, por lo tanto, podíamos concertar una cita presencial en la Embajada para ratificar nuestra solicitud y presentar los originales de los documentos enviados previamente.

Ya había oído a algunas personas comentar que dicha entrevista se hacía a ambos contrayentes por separado, como en las películas, para comprobar que no se trata de un matrimonio de conveniencia. En nuestro caso, las tres horas de viaje hasta allí (más las otras tres de vuelta) se redujeron a una entrevista conjunta de media hora de duración; ya que habían visto que llevábamos años compartiendo dirección y, además, hay un retoño en común.

Nos dijeron, también, que teníamos que dejar pasar creo que 48 horas o algo así (del tiempo exacto ya no me acuerdo bien), en el cual se haría pública nuestra intención de casarnos, en caso de que alguien tuviera algo que objetar en contra de ese matrimonio. Y, después, si no había quejas, ya recibiríamos mi certificado, que nuestro ayuntamiento aún seguía necesitando.

Con todo esto llegamos ya al mes de junio y solamente teníamos hasta primeros de julio si queríamos hacer la boda civil antes de que acabaran los seis meses de plazo. De lo contrario, habría que repetir todo el proceso desde el principio, visita a la Embajada incluida.

A últimos de junio por fin recibimos toda la documentación, y acordamos una cita para la boda con la funcionaria: el siguiente sábado, que era el último de mes, y que cayó en tal día como hoy. Es decir, no elegimos la fecha para conmemorar algo especial, sino porque era la última opción que nos quedaba.

A pesar de que fue una boda en la que solamente estuvimos nosotros tres presentes más dos amigos, yo me quise atener a la regla esa que cuentan por ahí y llevé algo nuevo (los zapatos, que en teoría iban a ser para la boda grande), algo viejo (el vestido, que ya había intentado usar sin éxito para dos bodas anteriores), algo azul (las uñas de los pies, ya que el vestido era verde y no conjuntaba muy bien) y algo prestado (la pulsera de una amiga). Yo lloré, como me pasa en todas las bodas, firmamos, nos fuimos a comer y a las dos estábamos de vuelta en casa para la siesta de Monete.

A la Embajada tuvimos que enviar posteriormente una copia del certificado de matrimonio y el libro de familia que ya teníamos para que inscribieran el acontecimiento.

Y esto fue todo en realidad. La boda grande la tuvimos que aplazar, ya que por motivos sanitarios no podían hacerse grandes celebraciones… Y al año siguiente cuando parecía que la cosa iba algo mejor resultó que no lo era del todo y, ante varias bajas importantes y algo de inseguridad respecto a las medidas sanitarias, decidimos dejarlo como estaba. Y no, ya no va a haber boda grande, porque a mí, después de dos intentos, ya no me apetece volver a empezar con los preparativos y porque, aunque no pudiera venir nadie de la familia por lo precipitado de la fecha, en realidad tuve la boda pequeña que yo quería.

Fin.

PD. Si alguien necesita información más oficial que la que yo pueda aportar, aquí está todo incluido.

Érase una vez… Un año nuevo

Os leo. Creedme que me encanta seguir recibiendo comentarios, emails y preguntas, aunque ya no responda tan deprisa como lo hacía cuando empecé con este blog. Las obligaciones familiares son lo que tienen.

Todos los años me propongo retomar el blog y volver a escribir cada vez un poco más. Pero, ¿qué contar, si en estos tiempos de pandemia uno no puede hacer gran cosa? Ahora que Monete ya está en edad de descubrir un poco más el mundo y de poder pasar más tiempo cada vez más lejos de casa, hay que pasar por controles, cuarentenas y vacunas para mantener una cierta normalidad.

Pero no venía aquí a hablar de eso – ese tema ya me aburre demasiado -, sino a hacer propósito de enmienda y a contaros (al que le interese) cómo hemos pasado las navidades.

Aunque el 24 de diciembre siempre lo he concebido como un día para estar con toda la familia, desde que Monete llegó a nuesttas vidas hacemos cena familiar nosotros tres. Como cada año, cenamos una sopa cuyo nombre olvido siempre al cabo de cinco minutos desde que el Cocinero alemán me lo explica, y que lleva lo que cada uno de nosotros le quiera echar: Monete sólo quiere Backerbsen (una especie de garbanzos que están huecos por dentro y ni siquiera son legumbres), yo me conformo con fideos (aquí son más largos que en España, pero haberlos, haylos) y salchichas cortadas chiquititas; y el Cocinero alemán echa todo eso y alguna que otra cosa más. Después de cenar, siempre aprovechamos para lavarnos los dientes y justo en ese momento, mira tú por dónde, viene el Christkind con sus regalos y nos lo perdemos en persona.

El día 25 hicimos cena familiar (con la parte alemana) aquí en casa. Al Cocinero alemán le apetecía cocinar para su familia, y oye… Si no hay que ir muy lejos y yo no tengo que preparar la cena ¡me apunto! ¡Y había otra vez regalos! ¡Estupendo!

La sorpresa de este año nos la llevamos en Nochevieja. Como cada año, invitamos a dos amigos a venir a cenar y a tomarse las uvas, tradición que yo personalmente voy expandiendo allá por donde vaya en este país. Pero este año ampliamos la invitación a la mejor amiga de Monete y su familia. Ellos no llegaron a las uvas, pero el resto sí… ¡También Monete! Que no quiso comerse sus propias uvas, aunque sí ayudarme a mí con las mías. El problema es que era su primera vez y aquello iba tan rápido, que cuando consiguió darme una uva a tiempo era ya la última. El próximo año, si aguanta, le doy 6 lacasitos de esos chiquititos de la marca que hay aquí y le enseño quién es Ramón García, si es que él también repite y yo consigo sintonizarle.

El día de Reyes aún no está tan interiorizado porque el resto de amiguitos no lo celebra y, por lo tanto, soy yo la única que habla de ese día, pero no por ello lo celebramos con la misma ilusión, viendo la cabalgata por el canal internacional y esperando dos horas el día 6 a que se despertaran los pajes españoles para hacer una videollamada.

Y, así a lo tonto, ya llevamos más de una semana en este 2022. Aún no ha llegado otra Filomena, ni los americanos han asaltado ningún organismo oficial, pero oye… ¡Aún hay tiempo!

Os deseo lo mejor para este nuevo año y ¡Os sigo leyendo!

Hijos bilingües

Una vez leí en Internet, en un artículo que por desgracia no he conseguido volver a encontrar, una muy buena explicación sobre los hijos bilingües y las formas que existen de criarlos – en lo que a idiomas se refiere.

En dicho artículo aparecía una lista que refería tres posibles variantes a la hora de emplear varios idiomas con niños pequeños en casa: