Irse a trabajar a otro país implica muchas cosas. Para mí, estar fuera de casa y haberme convertido en extranjera significa muchas cosas diferentes…
… tener la oportunidad de aprender o mejorar uno o varios idiomas…
… poder conocer a muchísima gente interesante, también de muchos países diferentes…
… vivir experiencias que no se pueden comparar a ninguna otra cosa en el mundo…
… aprender valorar mucho más las cosas y a las personas…
… tener que convivir y trabajar con gente a la que no le gusta que seas extranjera y estés en su país quitándole el trabajo a otros…
… encontrarse a gente que se encargará de recordarte casi a diario que no eres bienvenida en este lugar, porque tu nivel de idioma no es equivalente al suyo, o por el motivo que sea…
… soportar que haya gente que se ría de ti, incluso te desprecie, se niegue a hablar contigo o te diga a la cara (o por la espalda) que no te entienden cuando hablas…
… querer mandar a toda esa gente a darse un paseíto bien lejos cualquier día…
… pero también, que, aún así, existe siempre alguien interesante alrededor que te hace recuperar la fe en el ser humano. A veces.
Y me da rabia tener que decir esto que llevo intentando evitar escribir desde que me vine a Austria, pero hoy lo voy a hacer: el austriaco medio es un ser conservador tirando a xenófobo, en la mayor parte de los casos, aunque también hay muchas excepciones. Por suerte.
Que conste que todo esto no es más que mi opinión, basada en mi experiencia propia. Nada más.