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Volare oh oh

En su momento ya os conté cómo era aquello de ver los Alpes desde arriba, a 3.000 metros de altura. Pero me sentía inquieta. Yo quería ver más mundo, más libertad, más pájaros, más todo. El siguiente paso era volar por encima de los Alpes, ¿pero cómo? ¿En avión? Eso ya lo he hecho muchas veces, y sólo se ven nubes y nieve. No, eso no era lo que estaba buscando…

¡Parapente! Que no paracaídas… La diferencia entre los dos, para quien no la conozca, es que volar con parapente consiste en saltar desde una montaña con el paracaídas ya abierto, mientras que en el paracaidismo, primero se salta y luego se tiene que abrir el paracaídas. Visto así, el parapente es mucho más seguro, ¿no? Pues sí, lo es. Y muy práctico, además. Uno sube con la góndola (nunca me acostumbraré a llamarla teleférico, lo siento) hasta la altura de la montaña que se desee, y desde allí… una mochila por aquí, un par de cuerdas por allá… ¡Y listo!

La altura a la que subimos en esta ocasión fueron los 1.200 metros. Así lo confirma un certificado que recibimos al terminar la aventura. El piloto (o mejor dicho: el experto entendido que nos tenía que explicar todo) llevaba una mochila gigante consigo. Al llegar a los 1.200 metros desde los que íbamos a saltar, sacó de la misma dos mochilas más pequeñas y el paracaídas. Las mochilas estaban acolchadas, e iban a servir para que, durante el vuelo, pudiéramos ir sentados al tiempo que contábamos con una especie de cojín que amortiguara el aterrizaje al final. Tras colocarme la mochila, atar todas las cuerdas habidas y por haber y colocarme el casco, procedió a estirar el paracaídas.

Foto antes de saltar. Al fondo: más gente preparando su salto.

Foto antes de saltar. Al fondo: más gente preparando su salto.

Hacía frío, sí.

Me estuvo explicando lo importante que es estirar todas las cuerdas antes de saltar; si alguna de ellas no está estirada o se lía con las demás, puede que el paracaídas no se abra y la caída duela más de lo que debería.

Para saltar en parapente las instrucciones (para una no experta como yo) son muy sencillas: empieza a correr con la pierna izquierda cuando yo te diga y sigue corriendo hasta que yo te diga que pares. Así lo hice, y al principio pensé que me caía rodando por la montaña. Luego me di cuenta de que bajo mis pies ya no había nada que pisar, y como no me había dado nuevas instrucciones pensé que ya estábamos volando, pero se ve que el piloto, que iba enganchado detrás de mí, aún no había terminado la carrera. Poco más duró. Me dijo que lo estaba haciendo muy bien, que ya estábamos volando, y que me sentara tranquilamente. Las cuerdas me tiraban por todas partes pero no era nada incómodo. Me fue contando por dónde estábamos volando, cuáles eran los nombres de los pueblos que se veían más abajo… vi un lago congelado precioso en lo alto de una montaña… Y decidió, así sin más, que podíamos subir a mayor altura aprovechando que el día no estaba nublado. Y así lo hizo. No sé a qué altura subimos, pero las cimas se veían bastante por debajo de nuestros pies.

Tengo que confesar algo: fue precioso. Seguimos subiendo, bajando, viendo a la gente a tamaño hormiga, sintiendo un viento inexistente provocado por nuestro propio movimiento… Y más vueltas a la izquierda, y giros rápidos a la derecha… Algunos de ellos los hice yo misma, y ahí me di cuenta de que o bien no tengo fuerza o bien es complicado girar el paracaídas sabiendo que está tirando de dos adultos.

El aterrizaje fue igual de sencillo que el despegue, ya que fuimos bajando (en este caso a relativa mayor velocidad, ya que teníamos menos espacio para maniobrar) hasta llegar casi a la altura del suelo. Me ordenó que estirara las piernas y así, como quien no quiere la cosa, acabamos sentados sobre la hierba. Fin del viaje.

 

 

 

¿Fin del viaje? Creo que no.

Lo que acabo de describir es el nivel de genialidad que habría supuesto mi primer acercamiento al parapente si todo hubiera sido de color rosa. Pero más que rosa fue de color arco iris…

Yo no esperaba que, al principio del vuelo, el querido piloto quisiera hacer el bruto y ascender a más altura para demostrarme todo lo que se puede hacer con el paracaídas. No me pareció mal al principio salvo por el hecho de que la velocidad a la que subíamos fue tal que minutos después mi estomago se reveló y no paró de decirme: «Oye, que tú no estás acostumbrada a estas cosas. Que te mareas en autocar bonita.» Me lo dijo, me lo dijo. Le comuniqué el estado de la situación al piloto, que se lo tomó con más calma… hasta que me pasó a mí el control de la nave y me dijo que probara a hacer giros a la derecha… y giros a la izquierda… Total, que el vídeo maravilloso que quiso grabar no fue tan divertido cuando descubrimos que me estaba mareando. Al final no pasó nada, salvo que no fue el paseo tranquilo que mi mente había tratado de imaginarse antes de empezar el vuelo.

La conclusión que puedo sacar de todo esto, y que me gustaría comunicar a todo aquél que se esté planteando la posibilidad de probar el parapente es que sí, desde luego que es muy divertido, siempre y cuando sepas qué va a pasar a continuación. Me imagino que si hubiéramos saltado desde una altura menor o si me hubiera dicho que iba a girar tan rápido, o si me hubiera dicho simplemente cuándo iba a girar, lo habría disfrutado mucho más. En el momento. Porque si lo pienso ahora, me parece una experiencia alucinante. Más aún teniendo en cuenta que, por el mismo precio, estuve volando media hora (cuando normalmente son 15 minutos de aventura) y me regaló tanto las fotos como el vídeo, que de por sí cuestan 50 euros más sobre el precio.

Si a alguien le apetece en algún momento probar el parapente en la región de Salzburgo, ahí os dejo la web:

http://www.tandem-flying.com/

Y sí, a pesar de los mareos, recomiendo la experiencia. Incluso para los miedosos. Yo no iba preocupada porque el paracaídas no se abriera o porque pudiera pasar algo malo, y ya digo que se trata de algo muy tranquilo y agradable. Y tan sólo por ver el paisaje desde esa altura, ya merece la pena.

4 comentarios en “Volare oh oh

    • ¡Muchas gracias por tu comentario Miriam! Tengo que confesarte que las fotos no son ni la mitad de impresionantes de lo que es en realidad la experiencia, así que si tienes la oportunidad te recomiendo que pruebes!!! ¡Saludos!

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